¿Sabes esas típicas historias empiezan con un sueño?
La mía comenzó con una caída en el escenario frente a más de 100 personas.
Bueno, vale, no las conté, pero seguro que eran muchas.
Recuerdo que era joven y que el verano olía a protector solar, mosquitos y paella. Mis padres me llevaban, como cada año, a un camping perdido en la montaña.
Para muchos, era solo un destino de verano. Para mí, era un teatro al aire libre, donde la risa y la energía de los animadores flotaban como chispas invisibles. Me refugiaba en la penumbra, analizando cada expresión, cada pausa, cada carcajada del público. Quería formar parte de aquello, pero sentía que ese papel no era para mí. Al fin y al cabo, solo era la ayudante entre bastidores.
Hasta que el destino —o la desastrosa organización del equipo— decidió por mí.
Mientras ayudaba a los últimos a encontrar su asiento, intentaba ignorar el nudo en mi estómago. Sabía que dos animadores no habían aparecido, pero aún no comprendía lo que eso significaba para mí. Hasta que el jefe se giró, me miró con una mezcla de urgencia y determinación y, sin dudarlo, pronunció las palabras que cambiarían mi vida:
Tú, al escenario.
Sin guion. Sin ensayos.
Tragué saliva, di un paso al frente… y me caí de la forma más espectacular que puedas imaginar. No fue un simple traspié. Fue un accidente digno de una escena en cámara lenta, con la gravedad tomándose su tiempo para decidir cuándo dejarme aterrizar.
El público contuvo el aliento. Y luego, estalló en carcajadas.
Tenía dos opciones: huir y esconderme bajo una mesa o convertir mi tropiezo en un espectáculo.
Me levanté, me sacudí el polvo y solté la primera ocurrencia que me vino a la mente:
Señoras y señores, ¡así es como se hace una entrada!
Las risas se multiplicaron. No eran burlas, sino genuina diversión.
Esa noche entendí que la gente no busca la perfección, sino conectar. Que los sueños, a veces, están más cerca de lo que creemos; solo hay que atreverse a dar el paso.
Y así empezó todo.
Con los años, supe que aquello no podía quedarse en un camping perdido. Así que, junto con Tito, creamos nuestra propia marca de entretenimiento: Disparate.
Disparate es más que un nombre. Es un estado de ánimo. Un espacio donde la chispa es la protagonista, la creatividad no tiene límites y cada evento es una invitación a soltarse, jugar, reír y volver a ser niño.
Así que, la próxima vez que sientas que vas a tropezar… conviértelo en un Disparate. Tal vez, sin saberlo, estés dando el primer paso hacia algo increíble.